En esta
entrada les voy a relatar sobre otros lugares que visité durante mi primera
semana en Tokio, pero la verdad ya no recuerdo bien el orden, así que conforme
me vaya acordando se las relataré. La verdad es que mi viaje fue una total
revoltura: una semana en Tokio, una en Kioto, una en Tokio otra vez, dos
semanas entre el norte y el sur, y la última semana en Tokio de nuevo.
Según
yo les platiqué en la entrada anterior lo de dos días, pero ya me di cuenta de
que fueron cosas revueltas que hice en varios días ja ja ja. ¡Qué vergüenza!
Comencé a hacer estas entradas muy segura de que recordaba todo, pero estuve
tan ocupada en otras cosas que ya olvidé los detalles. Así que, para esta
entrada, mejor les iré comentando qué otros lugares visité durante el resto de
esa semana, antes de irme a Kioto, aunque no sean en el orden en que
sucedieron.
Era un local pequeño, pero con gran publicidad.
Otra
cosa que visité, y que van a ver por todos lados en Japón, son los templos sintoístas
y budistas de todos tamaños. Hay algunos que son oficialmente famosos y hasta
pagas por pasar a verlos, pero también hay lugares de este tipo que son más
bien sitios históricos muy poco conocidos o que simplemente están ahí para el
vecindario y que no tienen mayor chiste. Por ejemplo, cerca de donde nos
quedamos había un sitio histórico, donde estaba la tumba de un personaje
considerado gran sabio del confucianismo. De hecho, lo encontramos un día que
ya estábamos bien hartas de estar pegadas a la computadora escribiendo trabajos
y quisimos ir a una tienda a comprar algo y distraernos; resultó que camino al conbini, que es como un oxxo, lo
alcanzamos a ver y lo visitamos.
A
propósito de las llamadas tiendas de conveniencia o conbinis, debo decirles que son lo más parecido a la tiendita de la
esquina que van a encontrar en Japón; lejos de eso, a menos que vayan a un
supermercado, no conseguirán productos similares. Los conbinis están en todos lados, hay 7Eleven, hay Lawson, que son los
más comunes, y también de otros nombres que supongo que son negocios
independientes. Puedes hacer un montón de
cosas en esas tiendas, lo principal comprar comida y otras chunches para
sobrevivir: pan, sándwiches, obentos,
bebidas, helados, panes al vapor, embutidos, etc. Además, dulces, jabón para el
cuerpo, shampoo, quitaesmalte, especias, grasa de zapatos, y hasta camisas,
pantalones, guantes, toallas, etc.; para los Godínez japoneses que se quedan a
dormir cerca del trabajo, estas tiendas hacen honor a su nombre como tiendas de
conveniencia.
De
igual modo, por ejemplo, en los Lawson puedes comprar boletos para el museo de
estudio Ghibli (que por cierto deben adquirirse con bastante anticipación
porque se acaban rápido para las fechas cercanas) o para conciertos; imprimir
con tu usb, sacar copias, comprar manga... En el caso de los 7Eleven lo más
valioso que tienen, creo yo, son los cajeros automáticos, pues en ellos puedes
sacar dinero con tarjetas extranjeras y la comisión no es tan cara. También en
las oficinas postales, pero la verdad es que nunca tuve necesidad de buscar una
porque siempre había 7Eleven disponibles, y, por si fuera poco, en varios
centros comerciales también hay cajeros de 7Eleven que resultan bastante
convenientes.
Otras
tiendas muy, pero muy icónicas de Japón, se llaman Don Quijote, que curiosamente
tienen en su logotipo a un pingüino. ¿Qué tiene que ver con Don Quijote un pingüino?
Quien sabe, pero van a reconocerla por eso y por sus letras amarillas. Estas
tiendas abundan en Tokio en diversos tamaños, ¿qué venden? de todo, ¡¡DE TODO!!
Sí, es como una combinación de Liverpool
con Walmart, conformada mini pasillos de tanta, pero tanta mercancía distinta, que pierdes
visibilidad. Puedes encontrar verduras en un piso, juguetes en otro, bolsas de
lujo, electrodomésticos, ropa, cosméticos, disfraces, trastes…bueno ¡hasta
encontramos una sección de sex shop!
Puedes
perderte hooooooooras en Don Quijote de tantas cosas que hay. Incluso llegas a
amar la canción de la tienda: “Do do do donki, don qui-jooooote” ja ja ja. Mis
amigas y yo nos hicimos tan adictas que cada que veíamos una entrabamos a ver
qué había, de hecho, recuerdo que una vez fuimos en la mera madrugada ja ja ja,
pero eso se los platicaré en otra entrada porque pasó en otra semana.
Otras
tiendas famosísimas son las Daiso, o tiendas de 100 yenes, llenas de artículos
baratos que pueden llegar a ser sumamente útiles. Al igual que los Prichos que
están afuera de los Walmart, la idea es tener muchos productos de un solo
precio accesible y con bastante variedad. La diferencia es que en Japón hay una
variedad enoooorme de productos. De hecho, también hay tiendas Daiso de varios
pisos, y aunque no todos los artículos cuestan 100 yenes porque hay más caros,
encuentras infinidad de cosas; el consumismo a todo lo que da.
Hace ya un buen tiempo entré a una Parisina y vi que cambiaron la organización de los
productos de mercería en una especie de pasillos temáticos donde además
agregaron una gran cantidad de productos que no vendían en esa tienda. Pues ese
nuevo arreglo de estas tiendas es igual (si no es que copiado) que las tiendas
Daiso. Aunque ahí no venden telas, si venden un montón de artículos de
decoración, de mercería, de jardinería, de cocina, blancos, accesorios, trastes…
Lo curioso es que no son cosas de (tan) mala calidad, están bien hechas si nos
ponemos a ver el precio, unos 20 pesos más o menos, una gran diferencia con México,
y considerando que los productos son hechos en China también.
Hay
otras tiendas de 100 yenes más allá que Daiso, la mayoría negocios
independientes que tienen más de lo mismo; ahí se consiguen también muchas
cosas bonitas de papelería y bien baratas. Algo que me arrepentí de no comprar fueron
pinceles para caligrafía japonesa, incluso un amigo compro un plumón de punta
muy flexible para escribir los kanjis como si fuera pincel, estaba padrísimo.
La
verdad siento que me hizo falta visitar un montón de cosas en Tokio, tuve
tantas cosas qué hacer que me vi inmersa en cachitos de todo un poco. Aunado al
hecho de que no tenía completa libertad porque tenía que escribir trabajos y entregarlos
en esos días, traíamos un itinerario de actividades que no siempre coincidía con
cosas que yo quería visitar. La verdad, tengo que juntar dinero para volver a
ir, siempre querré volver a Japón.
Y…
en esa semana ¿qué más vi de Japón? ¿Qué más aprendí? Pues, muchas cosas wuuu!! (De hecho estaba de moda Lady wu en ese momento jajaja). Primero, que en
Japón el limón es carísimo, y en invierno peor. Un compa compró un limón como
en $50 pesos, ¡un limón! Si, ya sé que hubo una mala racha en que el limón tuvo
un incremento de precio brutal en México, igual que el aguacate, y que el huevo,
pero allá es una cosa permanente; de hecho, para que puedas comer algo sabor
limón te venden “jugo” de limón empacado ja ja ja, sabe bien artificial pero es
lo mejor que vas a poder encontrar a buen precio.
Otra
cosa tremenda es que allá puedes encontrar huevos cocidos en los conbinis empacados de forma individual, ¡guau!
En esos días por primera vez probé anmitsu,
la verdad es bastante bueno, creo que ya les había puesto una entrada de uno
que hice yo copiando la receta de Cooking
with dog, aunque la verdad estaba todo chafa. El de Japón, en cambio,
estaba bueno, y eso que no soy la fan número uno del anko. Si no saben qué es, se trata de un plato con gelatina de agar
agar sin sabor, cubierto de bolitas de harina de arroz, helado, jarabe y frijol
dulce. Paty Chapoy lo describiría como un plato: “interesante, pero estraño”, por
no decir ¡qué horror! ja ja ja, sí me gusto.
Exactamente lo mencionado en el párrafo anterior.
En el
último día completo que estuvimos en Tokio en nuestro alojamiento se acabó el gas,
el agua estaba ¡¡heladísima!! Era imposible bañarse porque ya hacía un frío
tremendo, de hecho, para entonces ya estaba nevando. (Por cierto, les pongo un
clip de la primera nevada en Tokio de ese año -2016- y salimos corriendo en
pijama por la mañana a ver la nieve ja ja ja, ¡qué locura!).
En
esa ocasión no nos pudimos bañar en la mañana y en vista de que nos íbamos a Tokio
al día siguiente, no queríamos ir todas chamagosas en el camión, menos aun tratándose
de un viaje como de 8 horas. Así que pedimos chance a unos amigos que se
quedaron en Ikebukuro de darnos chance de bañarnos en su alojamiento, y después
ir a comer a algún lado. Recuerdo que el alojamiento de ellos, pese a que
estaba súper apretado, estaba padre porque tenía una litera y un tapanco con
otra cama (donde mandaron al que roncaba mucho ja ja ja, no es cierto, él
solito se fue para allá). Lo chistoso es
que, pese al tamañito de la habitación, el baño estaba grande, digo, comparado
al que teníamos nosotras en nuestro alojamiento, era una mansión.
De
hecho, ahora que me acuerdo, la noche anterior una compañera fue la que
descubrió que no servía el calentador, pues ella acostumbraba a bañarse en ese
horario. Recuerdo que le mandó un buen de mensajes al del Airbnb para que nos
arreglaran eso y fueron hasta el día siguiente por la mañana, pero al final no
arreglaron nada. Solo nos dijeron que iban a hablar a la compañía y ya, ¡un
fiasco! Por eso tuvimos que ir al día siguiente con nuestros compas a pedir
posada de baño.
Por cierto,
esa mañana, esta chica tenía un compromiso importante y se bañó con agua fría, creo que ese día estaba súper estresada porque
ni quiso que le ayudáramos a buscar un onsen
o baño público, así tal cual se metió a bañar. Supongo que estuvo terrible
bañarse así porque no tardó nada ja ja ja ja. En fin, a lo que quiero llegar es
al final de ese día, porque fue cuando probé el sake por primera vez en Japón.
Cerca de la estación de Ikebukuro había un restaurante bonito, cuyo nombre no
recuerdo, pero creo que tenía un tanuki
en la entrada. Ahí también comí por
primera vez el oyakodon, un plato de arroz cubierto de una preparación de huevo,
pollo, cebolla y otras cositas. Muy bueno, lástima que no me acuerdo donde está
exactamente el restaurante como para recomendarles.
Bueno,
esa semana en Japón terminó con la ida a Kioto, ahí mis amiguitas y yo nos
separamos para volvernos a ver después. Yo me fui al día siguiente por la
mañana con dos amigos que no estaban en mi primer alojamiento, pero solo me alojé
con una de ellos por allá. Mi otra amiga llegó al día siguiente porque decidió
viajar en autobús nocturno, creo que eso fue lo más espantoso para ella, pero
eso les contaré en el siguiente relato.
¡Ah!
También hay otra cosa que les debo contar: unos tres días después de haber
llegado a Tokio fuimos a una taquilla a comprar los boletos de autobús para Kioto,
por cierto, sale mucho más barato que viajar en shinkansen, aunque haces más del doble de tiempo. Aunque habíamos
adquirido un Rail Pass, del que también les hablaré después, no planeábamos usarlo
en esos momentos, así que tuvimos que usar el autobús.
Los
boletos de autobús los compramos en Shinjuku, si ya han ido a Japón, sabrán lo
problemática que es esa estación porque es ¡ENOOOOORME! Ya me habían advertido
pero la neta mi imaginación no alcanzó ni tantito a la realidad, pensé que eran
exageraciones y NO. Ese mismo día que compramos los boletos buscamos la
terminal de donde saldría mi amiga en la noche, para prevenir y que ella
supiera con antelación cómo llegar, pues aunque no lo crean, la estación de
Shinjuku tiene una terminal de autobuses… ¿Kha? Sí, y centro comercial, y
millones de salidas, y tiendas y negocios y ¡aaarrrgh! Es gigante.
Bueno,
llegamos al lugar donde era porque resultó que unas personas amablemente nos
ayudaron a saber cómo carambas llegar ahí. Es sumamente fácil perderte en ese
lugar, la verdad a mí me dio miedo volver ahí jajaja. Pero todo salió muy bien
después de todo, pues encontramos la terminal y el lugar donde iba a salir su
autobús. Afortunadamente yo compre el de día que salía de otra terminal de
autobuses que no tenía nada que ver con Shinjuku. Fui muy feliz.
Y
hasta aquí queda esta entrada sobre mi viaje a Japón, perdón por la revoltura,
pero los recuerdos se detonan en mi mente conforme veo objetos o fotos y la
verdad perdí la noción del orden en esa semana en particular. Espero no me pase
esto en las próximas entradas, aunque tampoco les aseguro que no pasará ja ja
ja. ¡Hasta la próxima!